viernes, 25 de febrero de 2011

Los irrenunciables de M. Laurent (I)


Está claro que el occidentalito blanco de hoy en día no se conforma con la mera existencia, pero entre el consumismo histérico en que hemos vivido hasta ahora y el ascetismo radical hay un largo recorrido que convendría ir explorando por lo que pueda pasar en el futuro, o casi mejor, por lo que está pasando ya en el presente. Aún así, con el tiempo hemos ido adquiriendo algunos hábitos o comodidades que consideramos irrenunciables, esto es, que sin ellos entenderíamos nuestra vida poco más que como una nuda supervivencia.

Y no quiero hablaros de los vuelos low cost, ni de móviles gratis, ni de pantallas planas baratas, que seguramente lo son para algunos a estas alturas; pero tampoco de sobreabundancia alimentaria, ni de prestaciones sociales, ni de acceso a la educación y a la cultura, que también, faltaría más. Quiero hablaros de esas bonitas bolsas de plástico que tan generosamente se nos han dado siempre en todos los comercios sin coste adicional al realizar nuestras compras.

Resulta que desde hace unos pocos meses, en el supermercado al que voy habitualmente, me cobran dos céntimos por cada bolsita. Este montante sería fácilmente repercutible en el resto de la factura (supongo que es lo que habían estado haciendo hasta ahora), por lo que pienso que se trata más bien de un gesto simbólico hacia la conservación del medio ambiente planetario, pero me resulta curioso que la mayoría de los productos que consumo vengan envueltos o empaquetados en plásticos, poliestirenos expandidos y derivados sin expandir, mucho más densos que las inocentes bolsitas que ahora me racanean.

Una vez más pretenden hacernos sentir culpables de un gesto insignificante nuestro en comparación con las aberraciones contra el ecosistema que ellos cometen sistemáticamente. ¡Y bien que lo consiguen! O eso es lo que me parece cuando veo a los compradores que me preceden en las cajas con decenas de bolsas rebosando de sus bolsillos que habrán traído de casa con la mejor de las voluntades.

Monsieur Laurent se niega en rotundo a ser cómplice de esa farsa, aunque sea simplemente por conservar la elegancia que mi nombre denota. Pagaré esos dos céntimos por unidad encantado de la vida con tal de no pasearme camino del supermercado con los bolsillos inflados de bolsas reutilizadas. Después reciclaré esos levísimos microgramos de plástico junto con el pesado resto en el que me sirven los detergentes, los yogures, las bandejas de carne, la leche, la fruta o el agua mineral.

O se contamina o no se contamina, pero eso de que "el que no contamina es bueno y el que contamina pero paga también lo es" yo no me lo he creído nunca. Y en eso estamos, y tengo la absoluta certeza de que se trata de una deriva definitivamente maligna, tanto como la de esos icebergs de residuos plásticos que cada vez con más frecuencia se divisan surcando los océanos.